Joaquín José Martínez
 Joaquín José Martínez
El primer europeo en salir de un corredor de la muerte de Estados Unidos
 

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El Corredor

En el corredor de la muerte las cosas iban a ser mucho peor, desde mi llegada me sentí completamente solo y aislado del mundo.

El primer día siempre es el peor de todos porque uno no sabe que puede esperar de un lugar así, simplemente sigues los pasos de los que ya han pasado por esa situación.

Estuve 30 días sin salir de mi celda, sólo nos permitían salir 2 veces a la semana para duchas de 7 minutos en las que teníamos que ducharnos y afeitarnos sin dejar ni un solo vello en la cara, porque eso supondría una paliza o un mes en el "hueco", que así llamábamos a la celda de castigo.

No podía recibir visitas, ni correo… la idea según ellos era prepararme para la vida en el corredor.

Por un lado estaba mi estado anímico y por otro estaba mi estado físico; no podía creer las condiciones en las que uno tenía que vivir ahí dentro. Las celdas en las que nos mantenían eran de 1,80 x 2,90 metros.

Las comidas, si se las podía llamar así, las servían tres veces al día. El desayuno era a las 5, de 10 a 10:30 la comida y la cena de 4 a 4:30,  nada estaba bien cocinado: quemado o muy crudo. En el corredor no existían opciones.

En el verano el calor era insoportable, la humedad era tal que las paredes y el suelo sudaban y el aire se volvía irrespirable, aunque quizás lo peor era el invierno, siempre con el mono naranja, que no daba calor ninguno, y sin puertas que nos resguardaran… era como dormir en mitad de una montaña en el mes de Enero.

Después del primer mes me permitieron salir al patio 2 veces a la semana y empezar a recibir las visitas de mis familiares los sábados. Cada vez que salíamos de la celda llevamos las cadenas y las esposas en pies y manos, y alrededor de la cintura con la excepción de que al llegar al patio y a la visita nos las quitaban. Antes de salir de la celda teníamos que desnudarnos para que los vigilantes hicieran su revisión. Algo que con el tiempo se convierte en rutina.

En la primera visita de mis padres me costó mantenerme fuerte y no romper a llorar pero hubo momentos en los que ya no podía contenerme y se me saltaban las lágrimas.

En el corredor tienes que borrar todo rastro de sentimiento para no tener problemas con los vigilantes, tienes que reprimir lágrimas, sonrisas, etc. y en la visita tenía que hacer lo mismo. Yo intentaba en estas visitas transmitirles tranquilidad a mis padres. Durante sus visitas hablamos de todo menos del corredor y de lo que vivía por dentro, esto me hacía sentirme libre aunque sólo fuese por unas horas.

Fueron tres años muy largos viendo a algunos de mis compañeros ser ejecutados y viendo como aquellos que quedaban atrás eran torturados de todas las maneras posibles. El corredor era peor que una pesadilla de la que uno al despertar intenta olvidar, pero por muchos esfuerzos que haga jamás he podido borrar aquellas imágenes de mi cabeza.

 

 

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